“El cuerpo es el último que entiende”, suelo decir cuando escucho a personas narrar con precisión por qué son como son: “fui sobreprotegido”, “mamá me abandonó”, “viví en una familia disfuncional”. Y aunque todo ello pueda ser cierto, cuando tal entendimiento no ha pasado por el emocionar, ni por el cuerpo, esta dimensión más densa del alma, no hemos aún comprendido a nivel profundo, no hemos encuerpado ese entender.

En el cuerpo, la emoción no procesada se almacena y se convierte en memoria celular: no es solo una imagen del pasado, sino un complejo de sensaciones, emociones, creencias y reacciones que, de manera inconsciente, definen nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Si bien la psicoterapia hablada es una herramienta maravillosa, en tanto que no involucre todas las dimensiones del Ser, hasta que no le demos espacio a esa memoria —contracción, inhibición, miedo, tristeza o rabia reprimida— para expresarse, seguirá encapsulada. Tal vez se manifieste en forma de síntoma o enfermedad, quizás limite sin darnos cuenta nuestra capacidad de sentirnos libres y auténticos.

Permitir al cuerpo hablar su propio lenguaje, sin pasarlo por el filtro de la razón, es aprender a habitarlo conscientemente. ¿Sabrías cómo prestarle tu voz? El movimiento y la voz conscientes nos ayudan a acceder a un lenguaje instintivo, sirviendo como catalizadores de lo inconsciente en nosotros, como puentes entre nuestro mundo interior y exterior. La creatividad que surge desde estos estados fluidos constituye un contenedor para lo que expresa el alma: pura expresión creativa puesta al servicio de la consciencia.